P.: No, por Dios, es que hoy en día ya nadie se pone azúcar. ¿Qué le da la magia, aparte de dinero, mucho dinero?
P.: ¡Quién sabe!
R.: Yo era un chaval tímido, tímido. Pensaba que si lograba maravillarlos, me aceptarían mejor mis amigos.P.: Y aprendió algunos trucos...
R.: Sí, con cartas. Lo que me hizo, supongo, diferente, es que no me conformé con cartas...
P.: ¿Qué planeó?
R.: Hice desaparecer al profesor.
P.: No me extraña que enseguida se hiciera popular en clase.
R.: Sí. También está mi problema de motivación, de seguir estimulándome con lo que hago...
P.: Es el más difícil todavía...
R.: No, no. En mi caso, el método de trabajo es hipotético: ¿qué pasaría si yo hago...?
P.: ¿Y qué pasa?
R.: ¿No lo ve? No me va mal; así, con mi equipo creativo, fuimos ideando números. Desde la desaparición del Boeing 747 a la Gran Muralla China. Se trata de plantearse retos y siempre hay soluciones después.
P.: ¿No le da miedo fallar?
R.: Desde luego. Pero me da tanto miedo que falle el truco como quedarme en blanco y no saber qué decir delante de millones de espectadores.
P.: ¿Cuántas veces le ha fallado el truco?
R.: Unas cuantas, la verdad. Y es curioso lo cruel que es el público entonces.
P.: ¿Le han silbado en ocasiones?
R.: Pues sí, pero lo que más me duele es que el show haya sido estupendo, pero que se vayan hablando solo del fallo.
P.: ¿Qué hace cuando ve que falla?
R.: Siempre hay un plan B y un plan C.
P.: ¿Y si también fallan?
R.: Pues lo que le he dicho, sufro porque solo hablarán del fallo. Y es que, ¿sabe por qué sigo haciendo magia después de todos estos años?
P.: ¿...?
R.: Porque soy muy buen escuchador. Escucho las reacciones del público y veo cómo reacciona. De ahí saco las ideas y corrijo los defectos de mis actuaciones: el ritmo, el tiempo, las sorpresas, las músicas. El público lo enseña todo. Solo hay que saber mirarles la cara y escucharlos cuando vuelven a sus casas con sus amigos.
P.: ¿Le dan ideas para nuevos trucos?
R.: Sí, claro, recibo cientos de cartas, pero las grandes ideas se me han ocurrido viendo películas. El cine no es más que magia, por lo menos el buen cine.
P.: ¿No le dan tentaciones de retirarse a contar sus millones y cuidar su colección de magia?
R.: No, no. La magia sigue ayudándome a que me acepte a mí mismo...
P.: Y a juzgar por su éxito, también a que lo acepten las mujeres.
R.: No voy a hablar de mis parejas. Ya lo he dicho: nadie paga una entrada para ver al novio de Claudia Schiffer.
P.: De acuerdo.
R.: En el fondo, no se trata de dinero, sino de que pueda seguir obteniendo esos aplausos de mis días de colegio. Todavía me son muy necesarios y la verdad es que me hacen sentirme querido.
P.: ¿Nada más?
R.: Bueno, sí, me preocupa mucho dignificar la profesión de mago. Con toda esa legión de tipos que se hacen llamar magos dando vueltas por el mundo, no siempre es fácil marcar las distancias, y no solo por las dimensiones del espectáculo o por los medios de que dispones o por la cantidad de audiencia, sino por la creatividad.