En julio de 2011, Miquel Molina se propuso un reto, asistir
al espectáculo de David Copperfield en el hotel MGM y llegar a tiempo para ver
a Criss Angel en el Luxor. Dos entradas para cada mago en un mismo día. ¿Lo consiguió? En este artículo nos cuenta su viaje.
(La Vanguardia, suplemento de cultura. 14-IX-2011. Por
Miquel Molina)
Las familias con niños aguardan a que se abran las puertas
del teatro rodeadas de buscadoras de fortunas y ludópatas orientales. La
entrada principal del Hollywood Theatre, donde está apunto de actuar DavidCopperfield,
se ubica en el hall -casino del Hotel MGM,en Las Vegas. En la espera, un niño de
diez años se ha quedado mirando fijamente a un hombre que llora frente a una tragaperras.
A unos pocos metros, una crupier virtual abre juego semidesnuda en una pantalla
gigante. Primer truco de la tarde: cuando se permita entrar en la sala, desaparecerá
por arte de magia el olor a desinfectante de bar de alterne y brotarán las
risas infantiles y los conejos saldrán de las chisteras (o los escorpiones de la
boca de las voluntarias).
Faltan unos minutos para que comience el espectáculo de Copperfield,
el mismo que viene repitiendo en dos sesiones diarias desde el 2003, con el
paréntesis de las giras. El show –Una velada íntima de gran ilusión– se basa esta
vez en la magia de proximidad, en las antípodas del Copperfield que levitaba sobre
el Gran Cañón del Colorado o hacía desaparecer aviones. En las fotos exteriores
del teatro, sigue apostando por el posado clásico y el vestir elegante. Es el
gran mago del momento que más sintoniza con
los maestros de finales del XIX y principios del XX. Es, por así decirlo, el contrincante
tradicional y establishment de este duelo
orquestado por Cultura/s.
Su rival será Criss Angel, quien no es mucho más joven –44
años frente a 54– pero que sí representa a una nueva generación de magos comediantes
conjurados para destronarle. Angel presenta, en colaboración con el Cirque du
Soleil, el show Believe, con residencia fija en el hotel Luxor desde el 2008. Su
aspecto timburtoniano contrasta con
el de su aseado contrincante.
En la historia de la magia siempre se ha considerado que sólo
puede haber un gran mago de lmomento, así como un único gran mago de todos los
tiempos. Harry Kellar y Hermann el Grande se enfrentaron como showmen mediáticos en la segunda mitad del
XIX, una rivalidad que luego mantendrían viva el escapista Houdini y el maestro
de levitaciones Thurston. Esta necesidad de establecer una clara jerarquía parte
de la propia concepción de los espectáculos, donde el maestro se presenta ante
su público como un ser único que tiene el don de ejecutar trucos únicos.
En los últimos años, los periodistas especializados de
EE.UU. tienden a enfrentar a Copperfield y Angel como dos magos antagónicos. No
son los únicos grandes ilusionistas del planeta, pero el hecho de que coincidan
a uno y otro lado de la avenida Tropicana en una misma tarde–noche plante a la posibilidad
de un combate atractivo.
Esta crónica tiene ensayo previo. Por la mañana, se trataba
de comprobar si era viable salir a las 21.00 del espectáculo de Copperfield y llegar antes de las 21.30 al de Angel. La
distancia entre el MGM y el Luxor es de apenas un kilómetro, pero el particular
urbanismo de Las Vegas convierte el desplazamiento en un reto. Sortear las tragaperras,
las hordas de turistas y dar con los pasos elevados más directos requerirá su tiempo.
En esta ciudad, uno se desplaza a través de casinos que van a dar a las calles,
más que a la inversa.
(…)
Al espectáculo le cuesta arrancar. Resulta tedioso el vídeo que
se proyecta dedicado a su infancia y a sus padres, y también el recopilatorio de
escenas de películas en las que algún personaje suelta la socorrida frase
“necesitaríamos a David Copperfield para hacer desaparecer (cualquier cosa)”.
Pero el vídeo más irritante es el que repasa los macroespectáculos al aire
libre del mago. ¿Será que necesita refrescar en la memoria del espectador sus
grandes gestas porque el show de hoy
no da la talla?
Tal vez él lo piense, pero no el público, seducido muy
pronto por los trucos de magia de proximidad de un Copperfield que se infiltra entre
las mesas para compartir sus trucos. Un escorpión que parece surgir del esófago
de una joven, una diablura con las cartas, una flor que levita y se convierte en
fuego entre sus manos cuando juega a seducir a una voluntaria que, sorpresa, dice
llamarse Claudia. Es David Copperfield de cerca, jugándosela con sus manos
desnudas tan a pelo como lo haría un mago de tercera en un bar de mala muerte.
Y funciona, ilumina, cunde la idea de que un ser superior manipula a su antojo
las leyes de la física delante de unos pocos privilegiados que no pueden salir
de su asombro.
Copperfield seduce en pequeño formato y, ya sobre el
escenario, con la espectacularidad de las sierras gigantes y de los coches que brotan
de debajo de una manta (cuenta el ilusionista y estudioso de la magia catalán
Josep Maria Lari, habituado a merodear por Las Vegas, que estos teatros losconstruyen
en función de los trucos que piensa realizar el mago residente. Así que, si
hace falta abrir un boquete para que pase el coche o un helicóptero, se abre).
El número final es marca de la casa. Dieciséis sujetos
sentados en una grada cubierta por telas sobre el escenario que hablan y se mueven
para que sepamos que están allí y, súbitamente, aunque siguen hablando y moviéndose,
ya no están allí, sino detrás del público, a 50 metros de la escena, volviendo a
sus sillas desconcertados.
Saluda Copperfield mientras se despide. Ya no es el apuesto
David que sigue apareciendo en los posters de Las Vegas, sino un cincuentón normal
con tendencia a engordar.
Y que, digámoslo, camina por el teatro con un rictus que
sugiere que David Copperfield está ya harto de ser David Copperfield dos veces
al dia todas las semanas.
(…)
Si quieres leer el artículo completo, te recomiendo
descargar los PDF en La Vanguardia, apartado de cultura.
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